Con la participación de 26 mujeres se desarrolló el segundo taller del ciclo básico de formación en derechos sexuales y derechos reproductivos con mujeres jóvenes impulsado por el Programa Feminista La Corriente.
Experiencias de violencia psicológica, abusos sexuales, gritos, golpes, control…fueron compartidas por las jóvenes participantes en el encuentro, quienes expresaron los distintos efectos que ha tenido esta violencia en sus vidas, sus decisiones, sus vivencias sexuales y la construcción de su propia autonomía.
Las participantes analizaron cómo la violencia masculina está naturalizada en la sociedad o se califica como una enfermedad para justificar los comportamientos de los hombres en contra de las mujeres; además de ser un arma para mantener el control y la dominación sobre las actitudes y el cuerpo de las mujeres, pues es usada para castigar las transgresiones que las mujeres realizan en la búsqueda de su libertad.
“Mi papa le pegaba a mi mama. Yo sufrí abuso sexual por parte de un primo. Todo eso me hizo sentir muy mal, triste, sentía que no valía nada”, «Tengo una historia que me da miedo recordarla, porque fue una historia con un hombre que me acosó», «Con un hombre, me arrepentí en el momento que íbamos a tener las relaciones sexuales, y como no quise me violó» Fueron algunas de las experiencias que compartieron las jóvenes, las cuales reflejan que el daño que causa la violencia en la vida de las mujeres no es un mal menor y que es necesario que existan mecanismos de educación y de castigo que frenen estas expresiones de violencia.
Con los distintos testimonios compartidos y las lecturas que aportaron a la discusión las jóvenes expresaron lo importante que es para ellas reconocer que la violencia es un problema que está presente en la vida de todas las mujeres por el sistema patriarcal que otorga a los hombres el permiso de ser violentos, en detrimento de la integridad de las mujeres. Asimismo, reconocieron la necesidad de que contar con herramientas personales para enfrentar la violencia y dealojar las culpas que están instaladas en el cuerpo y limita la capacidad de denunciar, acabar, o poner límites a relaciones violentas.