En estas jornadas dedicadas a nuestra querida Gladys Lanza, feminista hondureña que nos dejó un legado invaluable, nos propusimos compartir reflexiones acerca de los problemas que enfrentan las sociedades centroamericanas y su impacto en la vida de las mujeres, incluyendo ámbitos como la pobreza, la sexualidad, la reproducción y la violencia; los avances de los fundamentalismos religiosos en la región y también reflexionamos sobre los aprendizajes y dilemas que tenemos como movimiento social para combinar la resistencia con la construcción de nuevas realidades.

Declaración Jornadas Feministas Centroamericanas 2021

A lo largo de su historia los movimientos feministas centroamericanos hemos mantenido una vocación de diálogo que nos ha permitido tener una comprensión compleja e integral sobre la situación de nuestros países y las principales tendencias en la región.  

Entre mediados del mes de junio e inicios de julio del presente año, realizamos las Jornadas Feministas Centroamericanas en modalidad virtual ante la renovada propagación del Covid19. Participamos alrededor de 60 activistas feministas de diversas procedencias y experiencias, que a lo largo de tres sesiones compartimos nuestros conocimientos.   

En estas jornadas dedicadas a nuestra querida Gladys Lanza, feminista hondureña que nos dejó un legado invaluable, nos propusimos compartir reflexiones acerca de los problemas que enfrentan las sociedades centroamericanas y su impacto en la vida de las mujeres, incluyendo ámbitos como la pobreza, la sexualidad, la reproducción y la violencia; los avances de los fundamentalismos religiosos en la región y también reflexionamos sobre los aprendizajes y dilemas que tenemos como movimiento social para combinar la resistencia con la construcción de nuevas realidades.

Centroamérica es la región más desigual del continente. Millones de mujeres y hombres viven en condiciones de pobreza si bien los gobiernos insisten en ocultar o minimizar la gravedad de la pobreza que incluye aspectos como el desempleo, empleo precario, bajos salarios, desnutrición, hacinamiento, analfabetismo, falta de acceso a la tierra, precarios servicios de salud pública, transporte colectivo de pésima calidad, entre muchos otros problemas que hacen de la vida cotidiana un arduo esfuerzo por la sobrevivencia.

Centroamérica se ha convertido en zona predilecta para las empresas de zona franca y empresas transnacionales que, con el respaldo de los gobiernos explotan a millones de hombres y mujeres y expolian los bienes de la naturaleza incluyendo la contaminación de las aguas y la destrucción de los bosques.   

Centroamérica está atrapada en las redes del narcotráfico, las pandillas y la delincuencia común que profundizan la precariedad de la vida en un sentido literal. Más allá de la acción punitiva que afecta a los grupos más débiles, los gobiernos y el mal llamado Sistema de Integración Centroamericano (SICA) no cuentan con una estrategia sostenible para enfrentar estos problemas.

En Centroamérica se ha acelerado el deterioro de la democracia aun en los límites establecidos por el consenso en occidente. La concentración de poder en manos del poder ejecutivo ha favorecido el autoritarismo, la corrupción y la impunidad.

En Nicaragua y Honduras no contamos con sistemas electorales creíbles y el incremento de la abstención es una respuesta frente al deterioro de los partidos políticos, la demagogia y el autoritarismo. La presencia de grupos fundamentalistas en todos los parlamentos de la región constituye un peligro creciente para defender derechos, incluyendo de manera particular los relacionados con la sexualidad, la reproducción y la violencia de género.

La mayoría de los gobiernos centroamericanos se han destacado por rechazar o bien ignorar acuerdos internacionales en materia de derechos humanos, incluyendo derechos de las mujeres, pueblos indígenas y población LGTBIQ.

La falta de justicia hace muy difícil la labor de defensoras y defensores de derechos humanos que con frecuencia son vistos como adversarios de los gobiernos de turno y víctimas de persecución, cárcel, desaparición y hasta asesinatos.

Asimismo, el uso de las fuerzas mal llamadas “antidisturbios” para evitar cualquier tipo de movilización popular es cada vez más frecuente. En el caso de Nicaragua más de 328 nicaragüenses fueron asesinados en el contexto de las protestas de abril del 2018, decenas fueron heridos, miles se han visto obligados al exilio y más de 130 guardan prisión por razones políticas.

La violencia machista que sufren millones de mujeres y de niñas en el seno mismo de sus hogares y comunidades, se alimenta de la tolerancia social y de la complicidad de los gobiernos que, si bien han aprobado leyes en concordancia con convenciones regionales, no han dado muestras de voluntad política para implementar políticas adecuadas.

La mala gestión de la pandemia del COVID19 en países como Nicaragua, Honduras y Guatemala ha tenido como consecuencia una enorme cantidad de personas fallecidas, el mayor deterioro de políticas públicas en particular en el ámbito de la salud y el incremento aun mayor de la carga de trabajo que históricamente se ha asignado a las mujeres. A ello debemos sumar el impacto de los huracanes Eta- Iota que afectó a miles de familias en Nicaragua y Honduras agravada por la débil respuesta de ambos gobiernos.

Los movimientos feministas en conjunto con otros movimientos sociales reconocemos como desafío común, impedir que se perpetúen regímenes autoritarios que sostenidos por la fuerza de las armas nos hagan retroceder a la década de los 60-70. Es de suma urgencia construir nuevas alternativas de participación que le den sentido al lenguaje de los derechos.

Apuntalar cambios en nuestras sociedades que permitan cuestionar la herencia colonial y desestabilizar las estructuras misóginas, heterosexistas, racistas que dieron origen a estas mal llamadas repúblicas, forma parte de los grandes desafíos de todos los movimientos sociales comprometidos con la justicia, la libertad y la paz.

Más allá de las diferencias en el seno de los movimientos feministas nombrados de manera fragmentada, nos reconocemos como parte de una comunidad política y vital, imprescindible para empujar los cambios estructurales que requiere Centroamérica.

Celebramos la rebeldía, la fuerza y la sabiduría de las feministas jóvenes y mayores, de las indígenas y afrodescendientes, de las lesbianas, trans y no binarias, de las urbanas y las rurales, de las artistas, de las orgánicas y las que van por su cuenta, de las que acumulan años de activismo y las que se están acercando, de todas.

En estas Jornadas reafirmamos que nuestra fuente de esperanza está ligada al feminismo latinoamericano y centroamericano como fuente de sabiduría, de resistencia y de acuerpamiento.  

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